lunes, 5 de octubre de 2009

Don Manuel y la rana

Era yo niño, muy niño, cuando sufrí el primero de mis ataques lírico-creativos. Iba a la clase de Don Manuel, un catedrático de matemáticas que, depurado por republicano, fue desterrado de su Salamanca querida hacia tierras valencianas y degradado a maestro de escuela. Franco se las gastaba así.

Dicen que su mujer se volvió loca, y loca andaba en tierras castellanas. Todas éstas eran razones para que el pobre Don Manuel, además de enloquecer hiciese majaderías. Majadero es el palo que tantos golpes recibe en su cabeza a base de golpearse con el duro mortero. Pues Don Manuel no sólo no se volvió loco, sino que me quería mucho a mis cinco años.

Decía cosas extraordinarias tales como: “el catedrático es un animal melancólico...” o “zamoranos villanos, nacidos y por nacer, que matasteis a Don Sancho, gran castigo hais de tener”.

Me enseñó a encontrar sentido a los números. A hacer raices cuadradas. Con la raíz de una caña larguísima acometía al niñofiera del último pupitre, pero sin hacerle daño. Dejaba que gobernase el desquicio y el delirio. A veces, hacía sonar una trompeta invisible y el más pícaro e inquieto de los pupilos, al son del clarín, puesto en pié sobre la mesa asaltada, proclamaba aquella frase pregonera de loca alegría: - “¿Qué queréis? ¿Agua caliente o que se suelte el toro a la gente?”.

- “¡Que se suelte el toro a la gente!”, respondíamos todos al unísono.

Y tras la unanimidad alguien hacía de toro. Peones, picadores, matadores...y Don Enrique, director divisionario azul de ese grupo escolar, poco podía hacer. Ni podía entender lo que pasaba.

Quiso un día, éste que escribe, devolver con generosidad la creatividad generosa recibida de Don Manuel. Quiso la musa y la rima que una mosca comida por una rana encontrasen cadencia y consonancia en un soneto-fábula. Transcurrido ese tiempo no he logrado recordar las estrofas, de modo que “la rana y la mosca” que yo inventé quedaron para siempre en el olvido que tal vez embellezca aun más el pasado. Pero...

Pero sí recuerdo algo dramático: La mosca era comida por la rana. Sin más. Con la naturalidad con que un animal devora otro animal. Tal vez la rima forzó la situación. Tal vez fue la voracidad de la rana.

Hubo algo después. También dramático. Mostré el poema a Don Manuel. Sabedor que el salmantino penalizado era el único vertebrado capaz de apreciar todo aquel arte. Lo apreció hasta el punto que quiso su euforia que leyese el poema al resto de energúmenos arrojados a tauromaquias, juegos de balón y despropósitos paralelos.

Tuve que leerlo. Creo que gustó muy poco. Me fui a mi asiento. Desde entonces evito en lo posible la poesía.

Villarrobledo, 3 de agosto de 2003.

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